sábado, 27 de marzo de 2010

Cerro Arequita

AREQUITA

El gigante magnético

Dónde queda? Lavalleja, Minas ...

Arequita es un cerro, pero no cualquier cerro. Tiene algo inexplicable que hace que el visitante regrese. Tal vez sea la belleza del lugar y sus alrededores.

El cerro Arequita forma parte de la Sierra de Minas, que cruza el departamento de Lavalleja, de Uruguay, de Sur a Norte. Los cerros de esta sierra son de aspecto redondeados, de piedras duras, como granitos, cuarcitas, riolitas y dolomitas entre otras. Forma parte de las llamadas Serranías del Este, uniéndose más al sur con la Sierra de la Animas, también de excepcional belleza, llegando hasta el mar, en la ciudad de Piriápolis. Arequita es quizá, el cerro más particular de la Sierra de Minas. Hay otros como el de Verdún, cerca de la ciudad de Minas, con un santuario católico en su cima, y al que acuden miles de personas en la semana de Turismo. Pero es Arequita el más mágico de todos.

Los cerros de Uruguay no son demasiado altos: el Cerro de las Animas es el punto más alto del país y cuenta apenas con 425 metros sobre el nivel del mar; el Pan de Azúcar no llega a 400m y el Verdún en Minas tiene sólo 320m. El Arequita es bastante más bajo que el Cerro de Verdún.

Está constituido en gran parte por riolitas y presenta vestigios de la antiquísima actividad volcánica que había en la región. En algunos lados, sobre todo cerca de la entrada de la famosa gruta de Arequita, se pueden encontrar en el suelo pedazos de piedra pomes, es decir ceniza volcánica compactada por el peso de los sedimentos que cubrieron más tarde esa zona. (Hay que recordar que estos cerros son producto de un plegamiento del basamento cristalino que afloró a la superficie, siendo erosionado por el viento y la lluvia, dándole la forma de cerros redondeados).

Lugar turístico, el camping, el río Santa Lucía...

Arequita se encuentra a doce kilómetros de la ciudad de Minas, y hay ómnibus que te llevan hasta allí. De hecho el acceso a la zona es fácil ya que allí se encuentra el camping municipal, a orillas del río Santa Lucía. El mismo que desemboca en el Río de la Plata, que pasa por el Parque Lecocq, nace a pocos kilómetros del Cerro. De hecho, el río separa al Arequita de su gemelo, el Cerro del Cuervo. Es esta conjunción de los dos cerros gemelos, y el río Santa Lucía pasando entre ellos, lo que da a la zona ese toque de maravilla, de lugar "extraño", inexplicable.

La gruta, los vampiros, la burbuja del volcán...

La sorpresa que esconde Arequita es su gruta. Se encuentra a unos pocos metros de la superficie de roca. Para llegar a ella hay que descender por lo que alguna vez fue la chimenea de un volcán. Desde que fue encontrada a fines del siglo XIX, hasta hace unos pocos años, se podía entrar sin problemas, hasta que los propietarios de las tierras en las que se encuentra parte del cerro y la gruta, decidieron restringir el acceso. Hoy día se cobra la entrada, y se baja con un guía.

Primero hay que avanzar por una grieta entre altas paredes de piedra repletas de plantas parásitas (claveles del aire), hasta llegar a la chimenea por donde vamos a bajar a la gruta. La erosión ha abierto lo que una vez fue un conducto por donde salían lava y gases de un volcán extinto ya hace millones de años. Al bajar hay que poner mucha atención con los escalones cavados en la piedra porque generalmente están mojados. A medida que nos internamos en la chimenea se percibe un fuerte olor que viene de las profundidades. "Es el gas metano que libera la colonia de murciélagos", nos dice el guía. Por fin llegamos a la entrada. Una breve hendidura más baja que una puerta común, es la entrada al mundo de la oscuridad. El guía nos pide un momento de silencio, y nos indica que escuchemos con atención. Sobre nuestras cabezas se escuchan chillidos. Estamos asustando con nuestra presencia a los habitantes de la gruta. "Son vampiros", informa el guía. Muchos han quedado impresionados ante la presencia de Drácula, pero no son más que unos pequeños mamíferos que viven apretados, dándose calor entre sí, en las grietas de la roca.

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Con cuidado entramos a la gruta. El suelo es de sedimento y es muy plano, como alisado por el agua que entra a torrentes por la chimenea cada vez que llueve. Apenas se ven los compañeros a la luz de la linterna. El guía entonces dice que va a apagar la linterna un momento. Y nos envolvió la oscuridad. La más absoluta oscuridad. El lugar más negro que te puedas imaginar. La total ausencia de luz. Nada de luz. No podías ver tu mano enfrente de tu cara. Lentamente, respirando el aire húmedo, empezamos a escuchar. Allí, como a la derecha, se oía el gotear del agua. Arriba, en algún lugar, a diez o quince metros de altura se oían los débiles chillidos de la colonia de murciélagos. Todo era silencio. La soledad era tal, sin ver nada, que uno se perdía en esa negrura. Lentamente la angustia fue ganando a alguno de los compañeros, y el guía sin aviso encendió la linterna. ¿Cuánto estuvimos así? ¿Un minuto? ¿Cinco? Para algunos fue demasiado.

La gota detrás de la piedra

Una vez que encendió la linterna, todos se tranquilizaron. Entonces el guía nos condujo hacia la derecha, caminamos unos diez pasos y llegamos a la pared de la gruta. Estaba mojada. Desde la pared se podía comprender la forma de la gruta. Es una gran esfera, llena de sedimentos hasta la mitad, o quizá un poco más arriba. Nosotros estabamos parados sobre ese relleno de piedras y lodo apisonado. Tanto era así que alguno de nosotros llegó a golpear con los pies el suelo par oír un sonido seco, como si estuviera hueco. Muchos nos imaginábamos que pasaría si ese piso cediera. El guía, ecologista quisquilloso, no deseaba molestar a los murciélagos con las luces, cosa que nos pareció correcto pero que nos privó de contemplar las dimensiones de la gruta. Sólo se veía lo que el haz de luz tocaba, nada más. Nos llevó hasta una gran piedra que descansaba sobre un promontorio de barro y rocas desprendidas de una pared. Detrás de ella, desde el techo de la gruta, una gotera incesante, producía aquel ruido que habíamos escuchado cuando apagaron las luces. El guía nos contó que esa gruta, se cree, era utilizada por los indios aborígenes que vivían en Uruguay con fines mágicos y rituales. También, pensé, es un manantial eso que gotea allí. Pero el guía insistió con la tesis de que esa gran piedra era un altar indígena. Explicó que el nombre de Arequita, quiere decir "la gota detrás de la piedra". Y tal cosa era cierta, por lo menos si es que el nombre quiere decir justamente eso. También afirmó con convicción que se creía que el Santa Lucía nacía allí, pero eso es más difícil de creer. El Santa Lucía debe nacer a varios kilómetros del Arequita.

Tal vez el Cerro Arequita se encuentra lleno de burbujas como la que abierta por la erosión al exterior, formó la gruta del mismo nombre. Si se pudiera hacer un corte transversal del cerro, este se asemejaría a un queso gruyere, lleno de burbujas, recuerdos de un pasado volcánico.

Actualmente la gruta es de propiedad privada

Por supuesto que si te haces un viaje hasta allí querrás subir el cerro. Necesitas llevar puesto un buen calzado, ropa ligera y una cantimplora. Nada más. Después tener firmes las piernas y ganas de llegar arriba. El Arequita no es muy alto pero si empinado, y para llegar a la cima hay que dar unos cuantos rodeos. Atención: no intenten subir por donde viven los Alzugaray, ya que ellos prohiben el acceso al cerro, y sólo te ofrecen la posibilidad una vez al día y con guía, o sea con maestra y guardián. Por eso te recomendamos que busques un acceso más fácil. Yendo hacia la derecha de donde está la gruta, hacia la carretera, hay un cartel que indica que una parte del cerro es propiedad del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca, y que si no dañas nada, ni rompes ramas, ni enciendes fuego, puedes pasar libremente. Hay un sendero ni bien llegas al monte nativo, que está señalizado por flechas pintadas en las rocas, y el ascenso se hace fácil.

A la derecha del camino encontrarás una verdadera maravilla de la naturaleza: el bosque de ombúes. No es el único que hay en Uruguay, ya que debe haber como una docena repartidos por todo el país, incluso el más famoso queda en Rocha, pero este es verdaderamente hermoso. El ombú, es un árbol grande, con fuertes raíces que se extienden como si fuera una falda abultada, y con largas ramas quebradizas. El ombú no es un árbol en sí, ya que es un arbusto, bueno el padre de todos los arbustos, es el símbolo de las pampas, ya que en estas regiones se lo encuentra aislado, pero en ocasiones se los encuentra formando un bosquecillo. Este es el caso del bosque de ómbues que hay en la falda del Arequita. Forma lo que se llama un bosque galería, es decir, permiten que pase muy poca luz al suelo. Entre los ombúes hay ciclópeos fragmentos del cerro que se han desprendido a lo largo de los siglos que deben pesar cientos de toneladas. Por esta razón las paredes del cerro en ese lado son como altos murallones de piedra rosada repletos de claveles del aire.

Pero el premio de la visita está en la cumbre. El paisaje es algo único. Entre las sierras se puede ver al Sur, la ciudad de Minas, con sus casas blancas, sus campanarios. Al Este, perdiéndose hasta el horizonte la Sierra de Minas, largos y redondeados cerros se continúan en procesión. Si caminas un poco entre los arbustos y los bloque de piedra erosionados por la lluvia, y bajo la curiosa mirada de alguna que otra vaca, podrás apreciar al enorme cerro gemelo del Arequita, el Cerro del Cuervo. Con su bosque de ombúes impenetrable, y su altísimos farallones de roca gris, el Cuervo se eleva sobre la tierra más alto que su hermano, separados por el río Santa Lucía que lo corta justo en su base formando una laguna de agua helada. Si sigues con la mirada el cauce del río, dando una amplio giro hacia el Oeste, verás de donde vienes, el camping, lleno de diminuta gente.

Al bajar ten cuidado, puesto que es más difícil el mismo camino que tomaste para subir. Ten cuidado con las rocas sueltas, ya que pueden rodar, hacerte caer o golpearte.


(fuente: http://www.iuca.net)

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