Como debe ser, hay que salir temprano, sino el sol te saca lonjas.
Así que 06:30 A.M. cuando la claridad levantaba, y todavía se sentía la fresca de la noche en el aire, saltamos de la cama, con la alegría de gurí chico que empieza las vacaciones.
Después de un desayuno que debía rendir y haber cargado:
las valijas,
las bolsas,
las sillas,
los bolsos,
los comestibles,
los juguetes,
y haber metido en la valija del Fiat 124, varios etcéteras más...
ARRANCAMOS!
El cachilo tenía motor nuevo, así que había que explicarle, que el camino, se lo tomara sin prisa, no sea cosa se fuera a empachar, y él entendió, despacito, al comienzo y con más confianza luego, se fue comiendo la ruta, parando de vez en cuando para tomar nafta, digerir la ruta tragada y seguir a paso constante hasta llegar a destino.
Ya llegando al límite con Lavalleja, empezamos a ver como cambiaba el paisaje, los cerros aparecían detrás de los montes. Después de mucha ruta, al llegar al Km. 145 de la Ruta 8, hubo que doblar a la derecha, dejar atrás el asfalto, y ver el camino que sube, baja y serpentea durante un par de kilómetros, hasta llegar al comienzo de Villa Serrana, pasada “La Olla” (lugar de baño y cabañas) y a la izquierda de la comisaría se llega al Hostal.
Finalmente. Después de una mañana viajando, habernos instalamos y hacer las presentaciones con los demás alberguistas, empezó a picar el hambre. Algo habíamos llevado, un surtido básico, además de algunas cosas preparadas para el día, no era mucho, pero tampoco poco.
Nos habían dicho que había almacenes, así que no nos preocupamos demasiado, ó sea, no faltó la comida durante las vacaciones, pero los almacenes no están muy surtidos, y la frase que se repite varias veces es: -“No me queda, viene el Lunes”, parece ser algo común, sin embargo, fuimos conociendo a los vendedores extra que tiene la villa y supieron mantenernos con la panza llena, como ser el almacén–camioneta que llega un par de veces a la semana y la panadería-moto que anda por la villa en las tardes vendiendo pan casero y bizcochos para la merienda. Infaltable luego de una tarde subiendo y bajando cerros.

El primer paseo fue a la represa, que está yendo hacia el centro de la villa, hay sombra, pasto,
uno se puede meter en el lago o mandarse bajo los chorros de la represa y pegarse una buena ducha.
Excelente para pasar
un buen rato relajado, mirando los cerros. Por ahí conocimos un sujeto bastante peculiar, que andaba en su moto, venía desde el este de Canelones, y nos pidió indicaciones para ir a Aiguá, cosa que ni la maestra rural tenía muy claro como llegar.
Al volver empezó a ponerse feo el tiempo y hubo que ponerse a seguro en el hostal, el motociclista cayó por ahí, a pasar la noche, porque el viento que se había puesto a soplar, amenazaba con tirarlo de la moto, ya había llegado más gente además, esa noche pasamos de ser cinco a la cifra de diez; tres canarios del oeste, uno del este, tres montevideanos, dos alemanes y una austríaca.
Como buenos uruguayos que somos, los montevideanos y nosotros habíamos combinado para hacer un asadito a la noche, dado que la lluvia nos había aguado los planes, salió el plan B, pizzas y como no había horno, salieron a la sartén. Hubo pizza en pila y hasta los alemanes comieron, para regarlas hubo licor de frutilla que habíamos traído de “las casas” y finalmente nos dispusimos a dormir un rato, porque a todo esto ya era casi medianoche y el día había sido largo y muy satisfactorio.